30/07/2006 - 1º Maratón de Colonia 2006

La Primer Maratón
por Daniel Cuervo

LOS MESES PREVIOS: ¿TODO ÉSTO PARA QUÉ ES?

Es imposible volver mentalmente al pasado más o menos reciente y dejar de asombrarse de dónde nos encontramos ahora, hoy, al menos eso es lo que seguramente sentimos o sintieron en su momento los que llegaron a debutar en esta experiencia inolvidable.

Como dijo Gonzalo Cuervo hace unos días y me quedó grabado, “luego de correr un maratón, la vida es distinta”, o al menos uno la percibe así. Tal vez con un egoísmo creciente, tal vez volviéndose indefectiblemente monotemático.

Qué lejano quedó el tan cercano día, paradójicamente, en que con Fernando y Luis Cuervo debutamos en los 21km, en la media de Punta del Este 2005.

En aquél momento comentamos, apenas terminado el recorrido:

“Bueno, ahora imaginemos otra vez salir hacia la Península desde acá, ir hasta la Parada 17 de la Mansa, volver, retroceder por adentro hasta Parada 5, darse toda esta vueltita otra vez..... ¿qué espantoso, no? ¿ verdad que es imposible?....Bueno, ‘eso’ vendría a ser una Maratón”....

Ahora pienso sobre esa comparación, nada más estúpido y alejado de la realidad. Eso quiere decir que sufrimos una transformación mental desde esa fecha, los que cambiamos fuimos obviamente nosotros, pues la distancia sigue siendo la misma, 21k x 2 sigue siendo 42k en Punta del Este, Colonia, o Nepal.

Allí vemos que el factor mental pesa y mucho ¿no les da la impresión de que el físico se agota recién cuando estamos terminando algo que nos propusimos, sean 5k, 10k, 18k, 21k, 30k, 42k, lo que sea? ¿No les llama la atención de esta variación del límite de las posibilidades hasta llegar al agotamiento? ¿Es puramente físico el cansancio experimentado? ¿Existirá entonces un límite? Todas preguntas que me hago con más frecuencia, muchas veces viendo experiencias ajenas, de distancias -por ahora- descomunales para todos nosotros, los mortales comunes.

Mi percepción en este peculiar entrenamiento previo es que terminaba más o menos tan cansado un long de 15k como uno de 30k, supongo porque la mente sabía exactamente el lugar físico dónde finalizaba cada uno. Cansancio con el que terminé en definitiva esta propia Maratón, mi primera y ya no me animo a decir la única, para nada, como pensaba en el 2004-2005, comentando entre nosotros “¿al menos UNA tenemos que correr ‘algún día’, no?”.

¿Qué otra explicación puede haber si no es ésa? Algunos atribuyen un 60%,70%,80% de factor mental para lograrlo, no lo sé exactamente, pero es bastante alto el componente y, sin saberlo, el ir puliendo el otro aspecto, el físico, también forja gradualmente la mente también.

Yo lo extraigo de una simple e insignificante jornada de entrenamiento vivida. Estuve toda la tarde de un domingo esperando para salir, por puro haragán que soy, pues estaba feo. Cuando logro decidirme a salir y me pongo toda la ropa encima, suena el celular del trabajo. El tema me demoró lo suficiente como para que al fin se largara a llover, con viento, para peor. Pero bueno, ya estaba jugado.

Iba por Av. Italia al oeste, los autos que circulaban cercanos al cantero central me “bañaban” de abajo, de arriba ya lo estaba desde el primer km, iba con el walk-man (fiel compañero) escuchando “La Voz de la Liberación”, por pura casualidad, el dial quedó ubicado allí en CX 32 creo, y ahí lo dejé, también por haragán. Terminé haciendo esos 12k inolvidables con lluvia, viento, frío, totalmente empapado, embarrado, mortificado auditivamente y sin embargo me llevaba literalmente las ramas bajas de las palmeras cercanas a Cooper y demás arbustos por delante, ya no me importaba absolutamente nada.

Ése es el día que más recuerdo de todos los previos vividos, no fue el más pesado en km ni seguramente el más importante, pero me sirvió para saber que no solamente estaba trabajando el físico.

Por supuesto luego me vienen a la mente (como seguramente a todos) cada uno de los longs realizados, los miedos previos, el asombro al terminar y la satisfacción posterior, con un -si se quiere- “agradable” cansancio.

El apoyo diario de la familia, el vivir por parte de ellos como si cada long fuera una propia maratón, todos íbamos ya haciéndonos a la idea lentamente. Toda actividad del hogar giró durante meses alrededor de esos 42 ahora un poco olvidados kilómetros.

Recuerdo algunos longs muy duros, especialmente los que fueron nocturnos, algunos en la más completa de las soledades, con ese maldito viento teledirigido desde el solitario Faro de la Isla de Flores.

La presencia familiar inesperada, apoyando con Gatorade, bananas o simplemente alentando al finalizarlo, saliendo al cruce con sorpresa, es lo único positivo a rescatar, más allá de haber culminado con éxito el ejercicio pactado.

El haber podido compartir otros longs matinales, con amigos, fue la contra cara de ese atroz sufrimiento. Qué diferencia cuando uno logra hacer prácticamente la mitad o un poco más de un long sin siquiera darse cuenta, por ir charlando, totalmente distraído, distendido, apenas pendiente de lo que uno iba haciendo y recorriendo. En modalidad “piloto automático”, diría yo. Esa micro experiencia se terminó trasladando y produciendo a mi entender en la propia Maratón luego, vivencia de la cual intentaré reflejar aquí.

ÚLTIMAS HORAS DEL “ANTES”

Comenzaría mi relato en la noche previa, cuando ya se vivía intensamente lo que se venía inexorablemente, uno estaba casi queriendo evitar que llegara esa difícil hora de levantarse a enfrentar algo totalmente desconocido, susceptible de tantos hechos imprevistos.

Comienza la verdadera inmersión en la gran fiesta al retirar el kit, saludar a los amigos, mirarnos unos a otros las caras desencajadas por la ansiedad.

A la noche nos reunimos espontáneamente con los Cuervos Gonzalo, Fernando y nuestras familias en la “Salita de Conferencias” del Hotel Leoncia viendo el terrible despliegue que hacían los Correcaminos en el comedor contiguo, era impresionante la cantidad de atletas y allegados allí congregados para un encuentro al parecer de estrategia y planificación de la maratón (¿qué otra cosa sino?), al extremo que no pudimos evitar ir a preguntarles quiénes eran y qué hacían allí. ¿Serán Correcaminos? ¿Trotamundos? ¿Quién da más?

Las horas previas pasaron vertiginosamente, tal vez mucho más velozmente que lo que ahora desearíamos, ¿verdad? Ahora que vemos esos momentos de nerviosismo previo como algo difícilmente olvidable, tal vez con una experiencia similar que se ubique encima de esa zona del cerebro.

Una posterior cena, algo anterior al Pasta Party, más que nada por precaución y por los niños, no hacían otra cosa que fijar aún más la situación totalmente “anormal”, pues estábamos comiendo tallarines en una parrillada, una locura, pero también cabe destacar que la parrilla aún estaba medio despoblada por lo temprano que era.

Un escaso y único vaso de “tinto de la casa” intentó ahogar un poco la pena de no entrarle a alguna achurita.

De allí arrancamos con Fernando y familias para la Pasta Party, lamentablemente reubicada en la emergencia en un lugar poco propicio, ya a esa altura era algo tarde y seguramente mucha gente optó por no quedarse, ante las imposibilidades físicas del lugar. De allí la explicación de que no quedara casi nadie ya a las 22:00 hrs. De todas formas bastó para saludar algunos amigos Coyotes, al Tato (a quién no había prácticamente vuelto a ver desde el 2005). Nuestras familias esperaban en la entrada tratando de entender qué estábamos haciendo todos específicamente allí, cuál era la idea concretamente de estar chiflando y bailando al compás del viento.

Una breve e improvisada recorrida en auto por parte de la Ciudad Histórica y alrededores del Puerto, fue la excusa perfecta para no irse “de una” al hotel, lugar donde seguro uno se enfrentaría a los miedos y fantasmas que se apoderarían inexorablemente de la mente y tal vez del físico también, hasta la mañana siguiente.

Luego de otro intento de postergación por subir a las torturantes habitaciones, nos quedamos brevemente desparramados en los cómodos sofás de la recepción, pero la cosa no daba para más, había que enfrentarlo de una vez por todas. Ya casi no quedan horas de descanso para el magno evento, las hemos ido agotando sin darnos cuenta.

Fui el último en acostarme de mi habitación, quería tener todo preparado de antemano para no dormirme con la preocupación de olvidar algo a último momento el propio domingo, no quería dejar nada librado a la memoria, para descansar mejor, libre de cargas mentales triviales, pues ya tenía bastante dentro de la cabecita dando vueltas.

Estuve casi una hora preparando todo, acondicionando el número con autoadhesivos y velcro, ropa de repuesto (¿acaso para recambio durante la propia carrera?), la ropa “mandatoria” y la “opcional” como bien listó Fernando, de acuerdo a cómo amaneciera, constituía una terrible pila de ropa tirada en orden, toda en el piso, junto a la puerta de entrada. Si alguien tenía que salir imprevistamente antes, al diablo con el orden. Y ya está, ya no hay vuelta atrás, allí los miedos a no terminar la prueba se hicieron patentes, mucho más que los de la semana previa cuando casi al final del entrenamiento apareció el curioso dolor en la rodilla, ahora eran bastante menos justificados esos temores, pero la cercanía de la carrera naturalmente los acrecentaban sin causa concreta.

Como última estupidez, broche de una conducta ya muy peculiar a esas horas, coloco una de las almohadas debajo del colchón, “para descansar mejor”. No sé si fue por eso o porque estaba ya realmente aburrido del tema Maratón con tanta preparación, la cosa es que dormí de un tirón (como si hubieran sido en realidad solo 45 minutos) casi desde las 00:30 hasta las 05:30 exactas, hora en que me desperté naturalmente “activado con un resorte”, me sentía muy descansado, pero igual logré estirar el nono hasta las 06:00, cuando sonó el despertadorcito “de viaje”.

Una infaltable y afortunada pasada (y permanencia) por el baño, complementando lo “ya hecho” la noche previa, antes de preparar los bártulos. Un lujo, ¿qué más podía pedir? Luego resultaría que no tuve que hacer ningún tipo de escala técnica durante toda la carrera, por suerte, a pesar del líquido ingerido y el frío reinante.

Me pongo todo encima en la secuencia prevista, en el orden inverso a como quedó en el piso ya dispuesto, ahí ya me despido de la familia (en realidad solamente de Rossana que ya estaba obviamente despierta mirando todos mis ruidosos movimientos con atención) y me dirijo al comedor, con cierto retraso de acuerdo a lo pactado.

Ya estaban Fernando y Gonzalo, supongo que por la segunda o tercera vuelta de comestibles, me engancho tarde con 4 tostadas con mermelada y 3 vasos de jugo de naranja. Nada más, solamente eso, ja, ja, ja...

El ambiente ya estaba en plena ebullición a esa inacostumbrada hora para el Hotel, mayormente debido a los Correcaminos y algunos integrantes de Última Fila, que ocupaban las mesas cercanas.

Últimas escalas técnicas de los Cuervos en las habitaciones, los espero abajo y nos dirigimos a los buses cercanos caminando, con un terrible frío, en la más completa de las oscuridades y con cierto temor de no saber cómo sería la organización del traslado en sí.

Al llegar al costado del Estadio vimos con sorpresa la presencia de múltiples y terribles buses, todos con abundante espacio y comodidad, a los cuales se acercaban de a poco algunas caras conocidas, pero todas camufladas por cientos de kilos de ropa de abrigo, lo que impedía la fácil identificación visual.

El viaje se inició puntualmente, con algunos gritos de aliento anónimos al arrancar y cada vez con mejor definición del paisaje recorrido gracias al resplandor de un sol que todavía no lograba asomarse aún por encima del este.

Con asombro vimos los puestos ya armados sobre Ruta 21, con gente presente, una verdadera proeza estar allí al firme ya a esa hora. También apreciamos (sobre todo aquellos que no teníamos muy clara aún la topografía del lugar, al menos como para pisotearla) que las amistosas bajadas para los buses se transformarían luego en poderosos enemigos de nuestras piernas, combinándose con un viento frío del cual sabíamos obviamente la fatídica y constante dirección casi frontal, pero no aún la magnitud efectiva en esa mañana.

LA “HORA CERO” DEL DÍA “D”

Llegamos a la Estancia/Parque Anchorena (todo totalmente desconocido para mí hasta ese momento) en medio de luces y sobras, gente de la organización armando todo de apuro, atletas saludándose, algunos incluso ya estaban calentando !!!

Es la hora de los últimos retoques en la vestimenta, el inexorable momento de despojarse del exceso, con la dificultad de determinar qué sería exceso y qué resultaría indispensable. Es un momento crucial y de estrés. “¿Me pongo 2, me pongo 3 camisetas ? ¿Soy guapo y me la banco con la camisetita nomás, como si solo fueran 10k? ¿Qué hago con esto, me lo pongo o lo despacho en la ‘bolsa de basura’ a ‘retirar en agencia’?”

Luego de más o menos decidirlo, reajustar el calzado por allí atrás de la Recepción del Parque, visitar los baños allí dispuestos, acomodar el leuco en el pecho para el rozamiento, despachar el sobrante de ropa y temblar un poco por haberlo hecho, nos disponemos a juntarnos con el resto de la gente, con llamadas de aliento de nuestras familias al único celular que pensábamos portar “por las dudas” durante la carrera.

Amigos que corren, amigos que con una voluntad increíble fueron simplemente (y nada menos) que a acompañar, todos los Pacers con globos, el nuestro obviamente sin globo, ja, ja, algunas fotos que nos toman mancomunados con otros equipos amigos, Luis Cuervo que aún sigue sin aparecer, nos preguntamos todos, ya bastante preocupados por él, la hora se acerca y los miedos desaparecieron por completo, pues ya estamos “jugados”, la situación ya no es manejable por nosotros.

A la hora de estar ya vestido y mentalizado para largar, lo único presente es la ansiedad por hacerlo, los miedos han desaparecido por completo, muy seguramente al ver que la experiencia es compartida por un montón de gente muy preparada y apta, con dones especiales para ello, pero también por otros tantos ciudadanos mortales comunes como nosotros que “van al matadero” con total alegría e inocencia digna de Bambi.

En lo personal no calenté ni un metro, ni siquiera caminé mucho por allí, solo lo indispensable, no tenía ganas, afortunadamente largamos casi puntual, a las 09:05, Luis y familia llegaron con unos cuántos minutos por suerte suficientes para acomodarse justo y hacerlo normalmente. Sin ningún hecho claramente identificable, al menos para mí, se larga y poco a poco el grupo se comienza a estirar, los primeros corriendo, los segundos trotando y nosotros, que como siempre largamos de allá atrás, casi caminando, no hay lugar para otra cosa, viviendo intensamente esos minutos que seguro luego serían a la postre, inolvidables.

Lo hacemos en dirección hacia dentro del Parque, es rarísimo, como que nos resistíamos a enfrentar la realidad de la Ruta 21 o bien estaríamos buscando por allí dentro del Parque la temperatura corporal justa para salir a “pelearla mano a mano”.

Recorremos hermosos -y algo angostos- senderos internos, no logro asociar este hermoso Parque con ningún otro lugar, alguno mencionó Santa Teresa, pero para mí no tanto. Primero notamos los árboles dañados por las cornamentas de los ciervos, con oportuna indicación de Fernando, la impecable casa del Presidente a la izquierda, allá a lo alto, luego pasamos por la Torre de Gaboto, donde reposan los restos del propietario original, notamos la cercanía inminente del Río de la Plata y luego ese fantástico túnel (¿era de cañas?) bordeando muy de cerca el Río San Juan.

Los únicos presentes allí, los soldados que invitaban amistosamente a no tomar ningún atajo no previsto, para evitar terminar desayunando con alguien importante del Gobierno en algún lugar prohibido del predio. Curioso era a esa altura ver un soldado (y no tan soldado), sin su termo y mate, especialmente previo a la largada, observando con atención a estos raros especimenes corredores. Todo galón iba acompañado de su infusión.

Luego de algunos repechitos, bajadas y caminos angostos algo deteriorados, al fin nos logramos conectar con nuestro Pacer, ya casi estábamos nuevamente pasando por debajo del arco, cerca del cual una multitud (para esa hora y lugar) nos despide calurosamente. La mayoría desconocidos, luego más adelante aparecerían las caras de la hinchada propia, los familiares más osados del equipo que se largaron hasta allí. Comienza ahora la verdadera fiesta y todos los rostros denotan que la viviremos al máximo.

PRIMER ACTO: DISFRUTAR DE LA CARRERA

Increíble, ya estamos saliendo del Parque, el sol ya cobró bastante altura, dibujando un día espectacular, para cualquier tipo de actividad recreativa, tal vez con algo de suerte también lo sería para correr.

Comienzan a aparecer prendas de vestir despojadas en los costados del camino, Natalia Coyote, acompañando toda la marcha en bicicleta, va llenando su mochila con ellas. Algunas bajadas y posteriores repechos se hacen presentes, todo es alegría, risas y comentarios, aún hay gente alentando en la banquina, hecho que luego comprobaríamos con sorpresa que se dio absolutamente durante todos y cada uno de los 42.195 metros recorridos.

Con cada bajadita nuestro Pacer Chirola se entusiasma, tal vez contagiado por Fernando Coyote Chirimini que salió tal vez demasiado fuerte, siempre va ubicado delante del “Pelotón 4:15”. Todos somos conscientes que Chirola tendrá que hacer un esfuerzo para controlarse y mantenerse a este aletargado ritmo.

Presencia constante de lugareños e “invasores” de la tranquila zona (los acompañantes) que constantemente nos pasan en autos, motos, nos saludan, nos alientan, nos filman, etc.

El primer puesto de agua de los 5k apareció súbitamente, siguiendo el consejo de nuestro Pacer no descartamos tomar en ninguno, ni siquiera en éste. Parece tonto ya hacerlo ahí nomás, pero el hombre sabe y tiene experiencia sobrada en esto, para qué contradecirlo ¿verdad?

Durante todo este tramo inicial, diría hasta el km 15 ó 17, por decir algo, más o menos la carrera pasa inadvertida como tal, todo es mirar al frente, a los costados y el horizonte, todavía se mira “a lo lejos”, se intercambian historias y posiciones para contra restar el viento, casi hombro con hombro, beber más por precaución que por necesidad, tratar de mantenerse unido al grupo que espontáneamente se formó, al cual nos vinculamos con Fernando Cuervo, lamentablemente de Luis Cuervo no supimos más nada luego de los caminos interiores del parque y de los Cuervos restantes de la vanguardia ni hablar, tampoco intentamos poderlos ver.

Seguramente Luis habrá optado por la compañía de alguien un poco más lento que nuestro grupo, tal vez Oscar de los Amigos, Delmar de Los Rojos, quién sabe, tal como manifestó que era su deseo previo a la carrera.

La marcha se hace prácticamente en modalidad “piloto automático”, normalmente el físico a esa altura no envía ninguna señal de estar presente, el trabajo de la mente por mantener el ritmo y la posición es mínimo, salvo cuando alguno se distrae demasiado por ir charlando con sus vecinos inmediatos de grupo e inconscientemente afloja la marcha y se comienza a relegar.

Gracias a lo detallado y lo exacto de la ubicación de los mojones de los parciales, corroboramos que vamos bien, vamos al menos de acuerdo a lo previsto. A más de uno se nos pasó por la mente si no podríamos ir más rápido ¿verdad? pero bueno, suponemos que la disciplina es primordial en este tipo de pruebas, que es muy largo el camino para improvisar, al menos por ahora. Luego veremos cómo nos sentimos más adelante. La idea del grupo era seguir a marcha controlada a 6min/km (para lograr llegar a poner 4h15 en total), utilizando los 4 segundos excedentes que ganábamos en cada km, haciendo un total de 20 segundos por puesto, para parar a caminar, mientras bebíamos ya sea el agua Dasani y/o el Gatorade.

En particular, yo comencé bebiendo casi media botella de 500cc por puesto, pero luego bajé a una tercera o cuarta parte, en cada ingesta, viendo un poco lo que bebía nuestro Pacer. Cuando el puesto era de Gatorade (en el 10, 15, 20, etc) solamente bebía ese medio vasito servido de papel encerado, conteniendo un sabor Frutos Tropicales demasiado gélido.

Debe ser por el vidrio de las botellas, pensé, si las mismas hace rato que están esperándonos por aca, equivale a tenerlas dentro del freezer, es seguro que el contenido se enfríe mucho más que dentro del plástico de las botellas de Dasani. No llegué a percibir si los Gatorade nos estaban aguardando efectivamente rodeados de hielo en esos tachos, supongo que no.

Al superar el mojón 13, salimos por fin a la famosa Ruta 21, doblando a la derecha, transitando por un paraje con una multitud alentando. Comenzamos ahora la verdadera carrera y el desafío, llegamos a la temeraria ruta archi-nombrada en toda la previa, que nos enfrenta con sus repechos y viento gélido proveniente casi siempre desde las 14:00, si imaginariamente portáramos un reloj con las 12:00 orientado a nuestro frente.

A esa altura era grato sentir como uno elevaba un poco la menguada temperatura corporal al sobrepasar espesos montes de árboles sobre la derecha, lamentablemente era increíble lo poco que duraban.

Era una constante hacer ejercicios con los dedos de las manos, los mismos se sentían helados, incluso debajo de los guantes de lana. Los dedos de los pies tampoco se sentían como parte natural del cuerpo, parecían separarse de a ratos del resto del sistema nervioso.

Aunque sea por un momento, el hecho de frenar ese viento helado, que por suerte no llegó a tomar las dimensiones de días anteriores, igual se hacía presente, penetrando lentamente hasta el espíritu con la acumulación de kilómetros, ese lapso de calma era una experiencia que nos brindaba nuevas energías.

Ya de a poco los atletas se comienzan a preocupar por evacuar el líquido excedente, quizás hasta sólidos en algunos contados casos, los repechos son una constante que nos golpea cada vez más, las bajadas posteriores no se disfrutan lo suficiente como para contrarrestar el esfuerzo. Lo bueno dura poco, no hay caso.

Recuerdo un repecho terrible llegando a la antena de Radio Colonia (según me indicó Fernando), sobre la izquierda, oh casualidad, poner allí una antena, ¿no? También oí algún comentario de que había otro de casi 3 km, una locura, pero no lo logro identificar y recordar bien ahora.

Constantemente transitamos por un pavimento excelente, sin necesidad de hacerlo por la banquina, pues nuestra vía de la Ruta está reservada para nosotros. El riesgo de captar aún más piedritas de las que ya llevo dentro del calzado, junto a los tobillos, es mínimo ahora. Esta piedritas me hacen pensar que lo más acertado es esperar por una buena bajada para sentarse, sacarse todo y luego volver a alcanzar nuestro pelotón con un mínimo esfuerzo.

Ya a esa altura habíamos absorbido al matrimonio Rutero de Susana y Carlos que iban siempre delante de nuestro pelotón, a unas decenas de metros, quizás a 100 por momentos, intermitentemente el grupo ya había sido engrosado por numerosos Correcaminos que reiteradamente coincidían en el ritmo con nosotros. Ambos Ruteros nos acompañan a partir de allí más estrechamente, pasan a formar parte nuestra, también habíamos superado a Los Rojos Enrique y Delmar, increíblemente estaban muy delante nuestro, preguntándome y preguntándoles explícitamente si habían salido “volando” de Anchorena, cómo es que recién por allí (supongo que fue por el km 17 ó 18) recién los estábamos pudiendo alcanzar.

El otrora cerrado grupo se reduce notoriamente cada vez más pero casi sin percibirlo cada uno de nosotros, el mismo se va deshilachando por distintos motivos, gente que nos pasó, gente que se queda, gente que luego se reengancha y gente que no vimos nunca más.

Por culpa de haber decidido parar, sentarme en la banquina opuesta a sacarme y sacudir ambos calzados para retirar las piedras, diversos corredores me preguntan: “¿Un calambre, un calambre?”.....Yo los tranquilizo: “No, un montón de piedras de mierda solamente, tranquilo, ya voy !!!”.

Gran error fue sacarme todo así, resultó casi imposible volver a correr con la misma comodidad en el ajuste de los cordones, lengüeta o qué se yo, el pie izquierdo iba como una butifarra, el derecho demasiado flojo y se me desataba, creo que paré como 4 veces más, siempre en bajada, ajustaba y luego volvía a engancharme al pelotón, con el asombro de Fernando, quien trataba de entender que miércoles estaba haciendo yo a esa altura.

Me cuesta muchísimo diferenciar lo vivido digamos entre el km 16 y el 28, por decir algo, recuerdo un grato reencuentro con Fernando, reaparecido de la nada, del cual me había distanciado casi sin darme cuenta, tal vez por seguir a Chirola demasiado estrictamente, tal vez marchando por debajo del tiempo pactado. Lamentablemente, del Coyote Chirimini, compañero de algún long en lo personal y “alumno” del Tato, ya no sabemos nada, reencontrarme con un Cuervo me dio nuevas energías para seguir en forma distendida, en algún momento de ese tramo ya el físico comenzó a enviar señales. Comienza aquí lo que personalmente definiría como el segundo capítulo de la Maratón.

SEGUNDO ACTO: EL FÍSICO TAMBIÉN EXISTE

No puedo precisar en qué km estábamos circulando ya de un monótono recorrido (paradójicamente yo lo llamaría así por lo permanentemente variado de su topografía). Los repechos ya eran una constante, a lo sumo variaba la duración y la cantidad de gente que alentaba, o si los aplausos venían de la izquierda o de la derecha, etc., solamente eso era lo que variaba.

Pero poco a poco las piernas comienzan a enviar señales a la mente, no presentes hasta ese momento, hasta ahora era como correr por defecto, algo así como “andar en bici”, lo hacés sin pensar.

Al principio imperceptibles, luego un poco más notorias, como para distraer lo que son las charlas constantes entre los -ahora pocos- integrantes del grupo. Ya las mismas son más esporádicas y específicas “¿Cómo venís? ¿Cómo estamos? ¿Dónde se podrá mear? ¿Chirola, venimos bien así?”

Lo que al inicio constituía una distracción, un entretenimiento, toda una oratoria, ahora se va transformando lentamente en una comunicación radial codificada del ejército, solo se tiende a pronunciar monosílabos.

Nada se produjo pasando del blanco al negro ni en un kilómetro concreto para todos, pues nuestros organismos son todos diferentes y reaccionan distinto, también es cierto que llegaron a este momento cumbre con diversas preparaciones, dietas, antecedentes y experiencias, pero personalmente he podido notar que esta segunda etapa de la Maratón, para alguno de nosotros fue simplemente un aviso de “Be carefull !!!”, debiendo acomodar un poquito el paso para evitar algún dolorcito o molestia en un posterior, un gemelito medio tonto que se resiste a repetir la monótona secuencia de pasos sin decir presente, aunque más no fuera mediante un susurro dirigido a la mente.

Aún tengo el control absoluto de mi cuerpo, logro eliminar un dolorcito en el posterior derecho dejando más rato ese pie apoyado en el piso, llevándolo un poco más atrás, estirando el paso. Luego evito otras molestas levantando más los gemelos o las rodillas. Todo realizado a demanda, atendiendo cada molestia detectada.

Con el tema de los brazos y la espalda también, aún se subsana todo con pequeñísimos ajustes seguramente imperceptibles, vistos desde afuera, sobre la postura o la marcha, cosa que personalmente he “entrenado” hasta el cansancio, atendiendo todos los dolorcitos habituales que aparecieron durante el largo entrenamiento.

Para otros sin embargo, esta etapa pudo haber significado el abandono directo, el echarse a caminar cada vez más frecuentemente o parar completamente por un principio de calambre.

El primer herido de la batalla, al menos que pude ver delante de mí, se produjo exacto sobre el Mojón 30, un atleta acostado en el piso mientras lo reanimaban y le levantaban las piernas. Posiblemente atrás hubo una decena de otras contrariedades similares, pero uno ve solamente lo que le va sucediendo a los de la vanguardia próxima, casi nunca uno mira para atrás, salvo buscando a algún compañero rezagado por algo concreto, pero por allí cerca solamente. Nunca va “oteando” los kilómetros ya recorridos, pues resultaría muy cansador.

Un poco antes o después, llegué a ver gente que paraba a caminar o descansar un poco, algunos con vasta experiencia como el caso del Sureño Andrés “Porteño” Bernard, el Coyote Alpino, cosas que a uno de a poco lo van desconcertando, máxime al tratarse de un “primerizo”. “¿Ahora me tocará a mí?”, era una de mis conversaciones frecuentes con la mente. Todos los sistemas están en ON, todos alerta.

Estamos entonces por algún lugar de la Ruta 21, para cumplir con nuestro km 30 ó 31, en una mezcla de sensaciones y vivencias que no logro hilvanar correctamente en el orden, sino simplemente colocarlas como dije, todas juntas dentro de este segundo capítulo.

Íntimamente mantenía la esperanza de poder ver la escasa pero sacrificada hinchada Cuerva ya hace decenas de kms, a pesar de haberse conversado que nos encontraríamos recién por el km 31. “¿Para qué nos vamos a encontrar antes, si seguramente aún vendríamos enteros por allí? No es necesario tanto antes...”. La verdad, estás regalado, hermano...

La cosa es que me aburrí de intentar divisar a nuestra gente, autos, bandera, niños, algo, lo que sea, a la distancia. Mil y una vez me pareció identificar el auto Cuervo a la distancia, estacionado sobre la banquina.

Cabe destacar que en ningún momento nos sentimos “abandonados”, para nada, más allá de rescatar todo el apoyo de los desconocidos lugareños, tuvimos el apoyo constante de la familia de Luis que se desplazaba constantemente a lo largo de la prueba, paraba más adelante, saludaba desde tierra, sobre ruedas, como fuere.

También estuvo presente el apoyo de las hinchadas y/o familiares de los equipos amigos, caso de Los Rojos que capturaron fotográficamente nuestro grupo y nos dieron aliento “personalizado”.

Al conquistar la enésima loma, logro ver en la próxima la novísima bandera Cuerva reflejando el sol con su inusitado brillo, allá lejos, en lo alto, yo vengo bastante atrás en el “pelotón (o pelotoncito) de las 4:15”, me dirijo a Chirola, pero hablándoles a todos: “Bueno, éstos son mis 5 minutos, perdonen muchachos, pero me toca a mí”. Allí pasé a correr un poquito delante de ellos, con una sonrisa no muy fingida todavía y pasé saludando y tocándonos los guantes con casi todos los familiares Cuervos. Una terrible alegría, verlos y sobre todo hacerles ver que estábamos en buen estado físico, aunque tal vez ya no tanto como pretendíamos irradiar con nuestra sonrisa.

A los pocos metros de superado todo este magnífico saludo, me vuelvo a dirigir a los compañeros: “Bueno, ya está, vuelvo a mi lugar, muchas gracias y disculpen el atrevimiento...”

Casi sin quererlo, ya he interceptado la posición de nuestra hinchada sin haberlos llamado siquiera una sola vez por el celular, especialmente para saber cómo seguía Martín de su gripe y la participación de Agustín en la carrera de 2k, que lamentablemente no pude presenciar como las veces anteriores. Es posible que sintiera cierto temor de gastar energías hablando por el celular o bien la carrera se me estaba yendo de las manos antes de lo que yo pensaba. Ahora me arrepiento de no haberlo hecho, tal como lo hice reiteradamente en los long, enviando incluso algunos SMS con mi posición. Ahora no hubiera costado prácticamente nada hacer un redial cada tanto, especialmente transitando a nuestra modesta marcha. En definitiva, Agustín había quedado algo preocupado por cederme su celular (es más pequeño que mi “antigüedad”), llegó a decir: “Si me llegan a llamar, deciles que no puedo atender”.

Ya la presencia de Fernando se había desvanecido casi sin darme cuenta, luego de su primer calambre nos habíamos reencontrado con gran alegría, pero luego me enteré de un segundo que apareció más o menos por esa altura, donde fue atendido acertadamente por alguien entendido que justamente estaba allí, observando. Un diagnóstico claro y un tratamiento inmediato.

Seguimos viendo con detenimiento hacia adelante como siempre, repecho tras repecho, luego de haber superado todo tipo de manifestaciones de parte de los lugareños, hemos dejado atrás al Payaso “Carqueja” y su peculiar moto-monopatín con sirena, con quien nos topamos no menos de 3 veces (claro, a él lo trasladaban en un auto, con monopatín y todo). En algún poblado recuerdo haber visto una niña con terrible bandera de Peñarol (¿una curiosidad a esta altura, no?) y allí pegado una banda musical, aparentemente del Ejército, con altoparlantes, etc., había de todo, desde el solitario propietario de un establecimiento que salía con recelo y curiosidad a ver a estos locos trotadores, a veces acompañado de su familia y alentando a gente que nunca vio ni volverá a ver. En otras oportunidades era casi todo el poblado que salía a las calles. Ahora, estando más cerca de la ciudad, esto se había hecho más palpable, los caseríos y la gente eran cada vez más abundantes.

El aliento a esa altura era personalizado, los corredores íbamos casi de a uno, los grupos ya no eran el común denominador de la marcha, al menos para este tramo de carrera y este sector de corredores.

Recuerdo haber dicho a alguien, o a mí mismo tal vez (ya no distingo una cosa de otra), que lo que más me dolían eran los brazos, por retribuir constantemente el saludo a todos y cada uno de esa gente increíble.

Tampoco ayudó a ello el hecho de haber improvisado, ya antes de largar, portar el GPS en una nueva posición, sobre el antebrazo izquierdo (suponiendo menor cansancio para el puño, el lugar habitual, al existir un menor desplazamiento). Ello me marcó una fatiga adicional en el mismo que aún conservo hasta pasados tres días, existe una diferencia notoria entre como siento ahora el brazo izquierdo respecto del derecho, parece mentira que algo tan pequeño y liviano pueda causar esa fatiga con el correr de varias horas.

Era plenamente consciente de ese cansancio y me prestaba a quitarle el extensor en cualquier momento para terminar la carrera con él en la muñeca, como siempre, pero la cabecita ya no me daba para eso.

Para colmo, en el afán de cambiarlo de posición constantemente, para no resentir ninguna zona del brazo, le toqué el botón de grabar parciales por allí por el 21, donde el Tato estaba casi encima para “dar la largada para la segunda media”, tal como le grité, a la pasada. Esa operación por error ocasionó que luego tuve que regrabar el siguiente parcial exactamente frente a un nuevo mojón, pero siempre me olvidaba, me pasé tres mojones así, sin regularizar la lectura, que quedó desfasada por 200 mt en sus parciales.

Como venía diciendo, oteábamos cada repecho que surgía y esta vez nos asustamos: sobre la siguiente cuesta, con una leve curva a la derecha, ya no quedaba NADIE, ni un solo corredor. Varios nos preguntamos: “¿Qué pasó, acaso nos quedamos tanto?” Seguimos así con esa interrogante unos cuantos metros más hasta que divisamos al agente de Policía que nos desviaba hacia la derecha, al fin estábamos dejando la maldita Ruta 21.

Poco a poco se abriría, al menos para mí, el tercer y último capítulo de esta inolvidable vivencia.

TERCER ACTO: EL MURO NO EXISTE, LAS PIERNAS TAMPOCO

Llevábamos recorridos a esa altura más de 31km, doblamos en Santiago Gadea, creo, para dejar la Ruta y allí no logro definir con certeza, pero lo cierto es que al encarar el nuevo repecho que allí nacía, transitando el cercano Mojón 32, se me proyectó toda mi vida delante de mis ojos, los oídos se me taparon, comencé a flotar, me aislé sin quererlo de todo el entorno, la gente allí alentando, una extraña música sonó en mis oídos, la entrada a un luminoso túnel al final del oscuro camino se habría imponentemente frente a mí, con movimientos de mis piernas cada vez más lentos.

“¿Me estaré muriendo?”, pensé, “Qué rara es la muerte, comienza de abajo, por los gemelos!!!”. Lo concreto es que mi cuerpo decía, casi abruptamente: “Ya no puedo caminar un solo paso más!!!” y la mente decía “Pero hay que correr 10km más!!!”. No experimenté ningún principio de calambre, pero las piernas se me entumecieron como nunca las había sentido antes, recuerdo mirármelas con atención pues yo de aire y cardiovascularmente venía bárbaro, miraba para abajo como si las piernas fueran un accesorio externo, una interfase desconectada, no podía con ellas.

Inevitablemente comencé a caminar, Chirola y su trío o cuarteta (a esa altura no creo que fueran más) se alejaban en medio de mi letargo, ya no era Tinelli corriendo rodeado de sus guardaespaldas, ya no íbamos hombro con hombro, perfilados por el viento, como los ciclistas de la Vuelta.

Reconozco que bajo ningún concepto pensé ni recordé el famoso “muro”, tal vez lo pensé mucho antes en el recorrido, pero francamente ni lo recuerdo, tampoco tenía idea exacta de en qué kilómetro me pasó ésto hasta que vi el mojón por allí arriba.

Durante el entrenamiento tuve presente este mito o realidad, especialmente en los longs que se acercaban a los 30. Incluso en el long de los 28 que hice mayoritariamente con Quique de Los Rojos, estuve tentado de llegar a los 32 para “ver qué pasaba conmigo”, pero decidí abandonar por el 29,5, era una locura, me había enganchado milagrosamente al terminar mis 28 ahora con Delmar, también de Los Rojos que ya volvía de hacer lo suyo hacia Malvín. Era un locura, lo acompañé un poco y me volví.

Lo cierto es que del famoso muro ni ahí de tenerlo presente, comencé a pensar en él cuando volví a ver al Tato (o acaso era una aparición) me pareció que estaba parado sobre el propio mojón 32 (una pirámide de hierro con 3 caras de lona plástica), el cual superé creo que caminando. ¿Era casualidad volverlo a ver allí, siempre en los puntos críticos? ¿Por qué se veía tan alto, estaba acaso levitando?

Recuerdo haber recobrado algo de lucidez como para elegir un par de medias bananas que no estuvieran muy verdes en el puesto cercano al 32 (tal como lo estaban en el puesto de fruta anterior por el ya lejano 17, supongo), ya ni recuerdo si había y si tomé agua ahí, lo que si tengo presente es que la manzana que comencé a ingerir luego de la banana me duró casi hasta llegando al Real de San Carlos, pero no puedo precisar ahora la distancia que me llevó comerla en su totalidad.

El aliento era constante, yo iba diciendo a todos “Grafffiaaafffff!!!” con trozos de manzana a medio masticar en la boca, expulsando partículas frutales a gran velocidad sobre la gente que me alentaba por mi nombre (gracias al reverso de la camiseta, obvio) aún no sé cómo pude retomar el paso, primero caminando rápido luego corriendo (bah, trotando, supongo, tampoco la pavada).

Allí tengo otra aparición, veo al “Pintor de Sobretodos”, el Gusano Alain increíblemente caminando delante de mí. Recuerdo haberle dicho “¿Vo, qué hace este repecho justo acá? Qué mal ubicado que está!!!”, a lo que él me contesta: “¿Qué decís? Si es por eso, están todos mal ubicados!!!”.

A partir de allí se inicia un raro y desconocido camino algo quebrado hacia el Real, lleno de gente que alentaba, con escasos corredores delante, alguno de ellos ya caminando al parecer permanentemente.

Este tercer capítulo se asemeja a la entrada al “Infierno de Dante”, pululan las almas en pena por doquier, la realidad pierde un poco el contacto sensorialmente con un mismo, se comienza a vivir una película, lo único que me mantiene con esperanzas de aún estar dentro de esta competencia y no haberme extraviado rumbo a Carmelo o Juan Lacaze es ver a los demás atletas, de lo contrario podría llegar a pensar que me perdí en el espacio y en el tiempo.

Supongo que la crocante manzanita y la banana arrancada antes de tiempo hizo algo de efecto, pero más aún fue el hecho de ver algo conocido luego de recorrer ese barrio “fantasma” al cual algún día volveré con la familia para dejar una ofrenda floral en el preciso lugar donde mis piernas fallecieron durante ese mediodía histórico de julio.

Era la imponente figura del Real de San Carlos, viejo conocido de diversas travesías de 10k, “ya estamos en casa”, pensé, con un hilito de la mente.

La lucidez vuelve de a poco, muy gradualmente, los músculos no, allí me acuerdo del único Carb-Up que conseguí y que portaba conmigo, lo manoteo de la riñonera, me lo mando así nomás en seco, un poco arrepentido por tomarlo de esa forma, pero bueno, es lo que hay. Iba, a mi entender a un ritmo espantoso, ya ni lograba ni quería interpretar lo que indicaba el GPS, pero luego, al estudiar su registro pude constatar que no había bajado tanto la marcha, lo que pasaba es que la sensación de fatiga era muy grande y deformaba la realidad de la marcha.

Al rodear el Real, veo con asombro y gran agrado que allí está el puesto de agua, un oasis para poder bajar el esperma de elefante recién ingerido, que aún está a mitad de camino, para llegar a la pancita. En el puesto me ofrecen: “¿Común o Limón?”. Yo contesto “Limón!!!”, con una llamativa lucidez, supongo que para variar un poco la cosa. Tomé la mitad, me agaché y apoyé con cuidado la botellita en la calle, ya rumbo a la Costanera, para no derramar ese precioso líquido saborizado, me daba lástima, qué tarado !!!

Llegué cansinamente a la rotonda de la Rambla, gruñendo por los metros innecesarios que había que hacer para rodearla, para tomar a la izquierda, rumbo al centro de la ciudad.

Por allí, casi en todo momento, pensaba que faltaban 10km, pues estaba en el Real y la carrera del Real son 10km, verdad?. Ése era mi razonamiento, equivocado por cierto. Por allí me percaté que dicha carrera es de ida y vuelta, así que solo serían 5km, además de sumarle los estúpidos 2 kms agregados dentro de la ciudad para cumplir con la distancia madre, sobre Av. Artigas, Gral. Flores, etc.

Allí mismo, al tomar la Costanera hacia la izquierda me pasa el Coyote Chirimini, de quién vuelvo a tener noticias. Lamentablemente, iba en el auto del Tato, dándome un terrible aliento “Daniel, ya estás, ya estás!!!”. Allí tuve una doble sensación, intriga y algo de temor por saber que le pasó a alguien con experiencia en esto y por otro lado llegó el aliento a destino, dándome esperanzas, creyéndome nomás que realmente ya estaba casi “ahí”. Allí recuerdo sobrepasar a Washington Carril (padre) del Villa, que venía caminando, lo invité a seguir juntos, pero no pudo ser por mucho tiempo, otra vez solo como desde el km 31 y algo.

Algunos repechitos y luego repechazos -ya a esa altura-, me hacían dudar seriamente de estar “ahí” nomás. Si se hubiera inventado el “Piernómetro”, la agujita se hubiera mantenido constantemente en cero durante estos tramos, cero coma cinco, por ser generosos.

El único incentivo, por un lado, era el apoyo de la gente, bocinas y aliento como el de Andrés Coyote Romero, impresionante, ya de civil, en su auto, yendo en dirección opuesta a “visitar” a alguien seguramente más rezagado. Por otro, el conocimiento del lugar por donde iba me hacía sentir mucho mejor, a pesar de ir ya en solitario hace bastante rato. La única intriga era qué representarían para mis piernas y mi espíritu alejarse con respecto a lo que sería el camino natural hacia la meta, por tener que recorrer esas calles de la ciudad para completar el retraje previsto.

En uno de estos repechos, creo que fue en el ya inolvidable mojón 38, mis últimas fuerzas morales comenzaron a flaquear nuevamente, ya había pasado a caminar para enfrentarlo y allí tengo mi última aparición: Susana, de los Ruteros con una estirada frase: “Daaaaaniieeeeellll, daleeeeeeee!!!!”, “Fuerzzzaaaaaaaaa!!!” como siempre dice ella.

Increíble, fue como una inyección de solución salina de consuelo concentrado entre tanta contrariedad, allí comenzamos otra nueva etapa, fue como una mini-carrera dentro de otra, hasta casi la propia meta, volviendo a saludar más efusivamente a la gente que nos alentaba. Yo noté enseguida que casi todo el aliento iba dirigido para ella, obviamente, pues dicho aliento ahora era mucho más intenso y habérselo expropiado un poco a Susana ayudó, obviamente.

Íbamos intercambiando algunas bromas elementales y recuerdo que yo iba diciéndole constantemente: “Susana, lo que nos falta es como lo que hay desde el Baño de La Buceo hasta el de La Malvín, no es nada”. El hecho de intentar convencer a otra persona de esto, ese constante paralelismo mental que había intentado comenzar a hacer entre el recorrido real que restaba y el equivalente a esa distancia aplicada al lugar frecuente de los entrenamientos, durante las corridas diarias o los long, me ayudó muchísimo, ahora me parece altamente recomendable hacerlo en ese momento crítico.

Ahora que tenía con quién compartir este paralelismo, lo adecué precisamente al lugar donde ella normalmente corre con Carlos, su esposo, para que le resultara más familiar y efectivo. Tal como lo hicimos al rematar juntos en la Nike, donde ella también apareció “de la nada”, en aquella tarde lluviosa de diciembre, me pareció que lo más atinado era darle aliento, para que a su vez no me permitiera caer a mí.

Una mayor lucidez comenzó a fluir nuevamente por mis arterias superiores y llegamos a criticar incluso a aquellos que nos decían : “Faltan 5 cuadras, faltan 5 cuadras” y a las 5 cuadras nos repetían lo mismo y a las 10 cuadras lo mismo, hasta nos llegamos a calentar bastante con la pobre gente, creo que le llegamos a gritar a alguno, medio en serio, medio en broma: “Yaaaa, cállate, cállate, cállate de una vez con eso de las ‘5 cuadras’ !!”

Superamos el repecho del Supicci, creo que ya no me animé a beber el Gatorade allí dispuesto, pero recuerdo que dije “Estamos en el 40, estamos en el 40 !!!”

¿Para qué consultar el GPS, no? Ya no me daba la cabeza para chequear eso, lo cierto es que el 40 estaba recién detrás de la Intendencia, por la paralela a Gral. Flores, pegadito al olvidado auto de Gonzalo Cuervo, fiel e inmóvil testigo de nuestras últimas penurias.

Susana logra divisar adelante, algo distante, a Chirola nuevamente -ante mi total descreimiento-, junto a su reducido grupo de uno o dos atletas tal vez. “¿Pero entonces no veníamos tan mal después de todo, no?”, pensaba yo.

¿Acaso Chirola en la “reunión” estratégica de evaluación que estaba pactada para llevarse a cabo en el 31 ó 32 (yo ya ausente, me la perdí, si es que efectivamente ésta existió), para ver si seguíamos así o aumentábamos el ritmo, había decidido aumentarlo? Supuestamente fue entonces cuando los vi desaparecer en medio de mis “visiones tubo” del 32. Pero luego se quedaron, ahora, casi al final. ¿Qué fue lo que decidieron o qué fue lo que les pasó luego? Aún no lo sé, es un misterio para el próximo domingo si logro hablar con él.

Allí ya surgía el misterio de cuánto nos alejaríamos por Av. Artigas, yendo de vuelta “para atrás”, yo seguía tirándole ejemplos a Susana con la distancia restante proyectada sobre la Rambla del Buceo y Malvín. Espero que a ella le haya aportado algo esta tonta y reiterada práctica, como lo fue para mí.

Ya en Av. Artigas sobrepasamos a Daniel Ibarrola de ADP que iba caminando, otra sorpresa al verlo a él precisamente allí, lo alentamos para ver si seguía con nosotros pero no pudo ser.

Últimos quiebres de calles a la derecha 2 veces, izquierda, derecha, qué se yo, con gran aliento para desembocar por fin en una casi desierta Gral. Flores. Tal vez no fuera tan así, pero al ser más ancha que el resto, el aliento era un poco más difuso.

“El último repecho, el último repecho!!!”, le gritaba yo a Susana, frente a la Intendencia, coronada por una solemne guardia de 4 ó 5 zorros allí presentes.

Recuerdo haber llegado a un muy poblado bar, sobre la esquina de Ituzaingó, tomar ésta hacia el mar y acordarme inmediatamente del coloniense Cuervo Luis, por las advertencias del empredrado impactando irregularmente contra nuestras frágiles piernitas a esa altura de la carrera. Ya está, unos pocos metros y ya terminamos, al menos aquí es el preciso fin de este doloroso tercer capítulo.

EPÍLOGO: Y LLEGÓ LA SALVADORA ANESTESIA: LA ADRENALINA

Transitamos por Ituzaingó, 1, 2, 3 cuadras, ni lo sé y ya el tubo de gente impide ver las veredas, las casas, es todo un guard-rail humano, el nivel de aliento aumenta exponencialmente, ahora habrá que girar 90º a la derecha, allí precisamente veo el aliento de Rosario, la primer cara conocida y pensé “entonces la meta debe estar allí nomás, no puede estar muy lejos”, no tenía ni idea, tampoco se veía aún, la cosa es que como en otras tantas pruebas de 10k, 21k, etc., alguna Entidad superior me ajustó una carga explosiva expelente en el orificio rectal, me dio una cachetada en la cara para reanimarme y ya no sentía absolutamente ningún dolor, ninguna pena, ningún remordimiento por “abandonar” a Susana, “No Pain, no Pain!!!”

Dibujé la más amplia sonrisa jamás alcanzada en mi cara, casi me dolía por estirarla tanto, me llevé ambas manos y sus índices a ambas comisuras de los labios, trazando su recorrido para que la gente apreciara mi exagerada sonrisa, así llegué a ver a todos los míos por allí, luego de una interminable búsqueda aplicada sobre todas las caras, alentándome a muerte como siempre, con la nóvel bandera, luego recuerdo a David de Los Rojos, a Mario, al Peta, si, son los mismos de la Ruta!!!, allí enseguida a Gonzalo Cuervo (ya cambiado hace rato) y toda su familia gritando a muerte (por eso los identifiqué en esa multitud), pudiendo ver de cerca el tradicional vuelo Cuervo de la llegada.

Imposible describir con palabras ese momento preciso en que uno ya detiene su reloj y sobre todo los segundos previos, es una muy peculiar forma de terminar este “altamente adictivo” sufrimiento, sensación que solamente alguien que haya pasado alguna meta de éstas en su vida, no importa lo alejada de la largada que esté, podría llegar a entender.

Tampoco es necesario describirlo mucho, a quién no vivió algo parecido seguro no le interesará y a quién sí lo vivió lo debe tener muy presente como lo tenemos todos, grabado en nuestras retinas y circunvoluciones cerebrales, en algún rincón de privilegio y por ello ni es necesario narrárselo.

Lo cierto es que en medio de esa inmensa alegría por llegar, pero también alivio por terminar con todo de una santa vez, por comenzar a festejar, no preocuparse más del paso, del tiempo, de la distancia, de los mojones, los repechos, del cansancio inconcebible, de todo y de nada, no vi bien cuando sobrepasé a Chirola y a esa altura su único socio, creo.

Francamente no lo hubiera creído si Fernando no me lo hubiera comentado el día después al leer la clasificación y también ver las muy buenas fotos que Los Rojos nos enviaron luego.

Lo siento, Chirola, fue sin querer, iba volando tan rápido que no te vi, ja, ja, ja....

Lo más destacable ahora, de un evento perteneciente ya inexorablemente al pasado, las reflexiones de todo esto, son, a mi entender:

- El constante, metódico y ordenado entrenamiento tiene que estar presente para este tipo de pruebas, es inevitable, tal vez 60% para fortalecer la mente con algo tan penoso y sacrificado y el 40% restante con verdadero destino al chasis.

- Para mi gusto, la Maratón (o tal vez toda carrera de cualquier distancia, hecha por un simple aficionado, obvio) se divide en tres grandes capítulos, tal como intenté hacer ver aquí, al menos aplicado a la experiencia personal:

Primera parte, lo 100% disfrutable, “con amigos”, como si fuera un simple long, una larga recorrida en “piloto automático”, casi sin pensarlo.

Luego la segunda, donde la mente tiene que tomar un poco de conciencia de lo que estamos haciendo y comenzar a realizar algún ajuste o transmitir alguna pequeña orden o golpe de timón al físico, para evitar abortar la misión o hacerlo con males o penurias mayores.

Y al final la tercera, donde el físico desaparece, la mente toma el 100% del control. “Hay que correr cuando no se puede ni caminar, literalmente”. De un individuo a otro, de una carrera a otra, existirán matices, pero es muy posible que comparta algo de esto.

- El cuerpo es como un niño cuyo padre (la mente) no debe dejarle ni un milímetro de cuerda floja para que éste se la lleve, durante el “tira y afloje” que representa una prueba de éstas. No debe aflojar nunca, jamás. Si el entrenamiento dice: correr por este cantero hasta pasando esta bocacalle y volver, no hacerle caso al físico y decir: “Y bueno, ya doblo acá y chau, total, es lo mismo”. Tampoco decir: “Ufff, hoy tengo 8 pasadas, tá, van 7, no hago más, es lo mismo”, aunque uno sepa que más o menos objetivamente es lo mismo desde el punto de vista físico. Humildemente, ahorrarse algún metrito de entrenamiento (no importa tanto lo que uno tenga pactado sino en realidad lo que uno de antemano se propuso íntimamente hacer ese día, ya antes de salir) puede significar irrelevante durante el entrenamiento, pero esa “libertad” que se le da al cuerpo de decidir, con algo tan tonto e insignificante como unos pocos metros menos, luego, en la competencia, puede desembocar en que uno abandone a correr, no tenga la entereza moral de evitar que el físico pare a caminar porque simplemente está cansado o eventualmente aborte la misión completamente.



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